Lunes
"Trescientos cuarenta y dos caracteres por minuto. Taquígrafo profesional se ofrece. Tel. 42-5832" Decía el anuncio publicado en el diario del Domingo, suplemento clasificados, rubro ofrecidos.
Expectante, Juan Carlos lo lee una y otra vez, como un mantra. Lleva mas de ocho meses sin encontrar trabajo y los ahorros estan por desaparecer.
Martes
El teléfono aún no suena. El gato se pasea por la sala examinando cada rincón en busca de alguna lata de atún. Juan Carlos mira por la ventana.
Miércoles
Suena el teléfono. Número equivocado. La heladera comienza a hacer un sonido extraño. Una especie de tartamudeo que le recuerda a su esposa. Ex, en realidad, que dos meses antes lo abandonó por un compañero de oficina y que cuando se ponía nerviosa comenzaba a sonar exactamente igual.
Jueves
Decide desenchufar la heladera.
Viernes
Juan Carlos en la ducha. Suena el teléfono. Corre. Resbala cayendo al suelo. Se levanta tras repetir varios puta madre. Cortan. No alcanza a atender.
Sábado
¿Hola? Sí, él mismo. Claro, es que ayer yo estuve en una reunión...no, no, dígame por favor. Si. Bien. Tomo nota. No se preocupe, ¿con Zeta? anoté todo. Jaja, si claro, allí estaré.
Domingo.
En una habitación del quinto piso de un hotel de Callao, un hombre rocía alcohol sobre un anotador.
Lunes
Juan Carlos, se levanta de excelente humor. Tararea una melodía inexistente y desempolva el traje que guardó tanto tiempo. Prepara una taza de café. Acaricia el gato y sale. Hace un día excelente.
Ve al canillita del barrio, le pide la edición del Lunes y promete pagar lo que debe. Lo enrolla y sube al colectivo. Lleno. Imposible abocarse a la tarea de la lectura, quedará para mas tarde, se dice.
Baja. Mete su mano en el bolsillo y corrobora. "Hotel Petit", Callao 715, piso 6°.
Al llegar, periodistas y oficiales de policía desbordan el hall. Extrañado, se acerca a la recepción donde le indican que suba. El señor lo está esperando.
Golpea la puerta. Un hombre fornido abre, lo examina y vuelve a cerrar. Abre nuevamente y lo invita a pasar.
Juan Carlos recorre la habitación con la mirada. Lujosa, plagada de muebles, libros y esculturas antiquísimas. Al fondo, un hombre de unos 60 años lo contempla. ¿Señor Zebul?, pregunta. -Él mismo.-, responde Zebul, -pase por favor Juan Carlos, tome asiento. ¿Whisky, Café? ¡Tártaro! Traíganos un whisky a mí y a mi amigo.- Tártaro asiente, mientras desaparece por una puerta lateral.
Juan Carlos, nervioso, extiende una hoja mecanografiada. Tome señor, mis antecedentes. El señor Zebul los acepta y, sin verlos, los deposita a un costado. -Mire Juan Carlos, carraspea, yo soy un hombre de negocios. Negocios grandes, importantes. Y mi filosofía siempre ha sido la palabra. Sí, llámeme anticuado, pero soy un hombre de palabra. Yo confío en la suya, usted en la mía. Simple. Es por eso que necesito un taquígrafo. Porque...digamos que las personas a veces carecen de memoria.- Asintiendo, Juan Carlos se acomoda en el sillón. Veo que me escucha, eso es bueno, me agrada, continúa Zebul. Mire, su trabajo será sencillo, recibirá una paga excelente, pero requeriré sus servicios de manera impecable. Donde yo vaya, usted vendrá. Con quien esté, usted estará. No tendrán que ser las veinticuatro horas del día, obviamente, pero sepa que los fines de semana muchas veces es cuando mas trabajo tengo. ¿Algún problema?.-
En absoluto. Responde Juan Carlos.
Zebul prosigue: Bien. Tenga (extrayendo una lujosa libreta de cuero negro, con ribetes dorados) De ahora en más este será su anotador, cada vez que estemos reunidos, le solicitaré que tome nota de cada una de las palabras que se digan. Sin importar si son mías... o de mis clientes.
Mientras Juan Carlos examina la libreta, Zebul continúa: Ya le reservé una habitación en mi hotel, en el piso de abajo. Sí. El hotel me pertenece. Podrá pedir todo lo que quiera al servicio de cuarto. Sin costo. Mientras usted cumpla con su trabajo, no me importa lo que haga de su vida. ¿Se entiende?.
Perfectamente. Asiente Juan Carlos. Tártaro regresa. Sirve los vasos y brindan.
Mañana empieza. Concluye Zebul.

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