Juan Carlos termina de armar su valija. No hay demasiado que guardar (o no queda) luego de la separación. Busca al gato por todas partes pero no logra encontrarlo. Ma´si, que se vaya él también.
Camina hacia el kiosko de diarios: Tomá. ¿Es lo que te debía, no?, le dice al diariero. ¿Consiguió trabajo? se lo vé mejor hoy. Así es, responde Juan Carlos inflando orgullosamente el pecho. Me alegro por usted...pobre muchacho el del diario, ¿lo leyó ayer?. No, en absoluto...de la emoción ni siquiera lo abrí.
Pucha...sigue el quioskero, me acordé de usted justamente porque era taquígrafo.
¿En serio? Quizás lo conocía...somos pocos. Nos vemos Ramón.
Nos vemos, se despide el quioskero.
Pucha...sigue el quioskero, me acordé de usted justamente porque era taquígrafo.
¿En serio? Quizás lo conocía...somos pocos. Nos vemos Ramón.
Nos vemos, se despide el quioskero.
Al llegar al hotel, Juan Carlos está sorprendido. El hall se encuentra prácticamente vacío, a diferencia del día anterior, por lo que puede detenerse a contemplar los detalles de la arquitectura de principios de siglo. Un poco sobrecargado quizás, demasiadas volutas y relieves neogóticos lo hacen ver un poco saturado, pero definitivamente tiene su encanto. ¿Lo ayudo señor? Lo interrumpe uno de los encargados. Sí, por favor. Voy al quinto piso, habitación cuarenta y tres. ¡Ah! ¿entonces trabaja para el señor Zebul? Desde hoy, responde.
El viaje en ascensor sucede sin demasiados sobresaltos. Avanzan por el pasillo. Hay una puerta con fajas de clausura. Continúan caminando. Bueno señor, llegamos. Esta es su habitación. Y sacando un manojo de llaves del pantalón, abre la puerta.
Muchas Gracias...¿Tu nombre? Pregunta Juan Carlos. Araziel, me llamo.
Muchas Gracias...¿Tu nombre? Pregunta Juan Carlos. Araziel, me llamo.
¿Pero no hay ningún José, Rubén...un Manuel acá?
Lo dudo señor, lo dudo...Usted acomódese que iré a comunicarle al señor su llegada.
Muchas gracias, responde Juan Carlos y, mientras hurga en sus bolsillos dejarle una propina, Araziel lo interrumpe: No señor, usted no necesita dejarme nada.
Lo dudo señor, lo dudo...Usted acomódese que iré a comunicarle al señor su llegada.
Muchas gracias, responde Juan Carlos y, mientras hurga en sus bolsillos dejarle una propina, Araziel lo interrumpe: No señor, usted no necesita dejarme nada.
Quince minutos después, el teléfono suena. Es Tártaro. Juan Carlos debe subir.
Una vez en la oficina, el señor Zebul pasa lista. Tártaro parece ser, además de su matón de confianza, su secretario personal. ¡Adelante querido! Le dice a Juan Carlos con una familiaridad que lo sorprende. Avanza hasta el escritorio. Siéntese. Hoy, por ser su primer día, haremos algo sencillo, como para que vaya entendiendo el negocio.
Mientras Tártaro conduce el automóvil negro, Zebul se encuentra sumido en una profunda meditación. Juan Carlos observa por la ventana. Las calles están pobladas de gente. Un grupo de turistas toma fotos del obelisco. El semáforo cambia a rojo.
¿Sabe Taquígrafo? comienza Zebul a hablar. Cuando empecé en el negocio, hace ya bastante tiempo, las cosas eran distintas. La gente era mas sencilla...menos ambiciosa. Hoy en día uno debe estar atento las veinticuatro horas...realmente la codicia del hombre es infinita. Juan Carlos asiente.
¡Me gusta esa frase! anótela, le pide Zebul.
Doblan. Se abren las puertas de un garage subterráneo. Entran, recorren la pendiente hasta detenerseen un piso vacío. Zebul: Los verdaderos negocios no se hacen en las oficinas ¿sabía?
De las penumbras emerge un hombre vestido con un traje negro, muy formal. Un reloj dorado, camisa lila, de unos cuarenta y cinco años. Juan Carlos lo reconoce de las revistas de farándula. Un empresario famoso. Lo ve mas bajo de lo que lo imaginaba. Saca el anotador y un lápiz de su portafolio. Tártaro desciende del auto y abre las puertas. Juan Carlos y Zebul descienden. Zebul avanza hacia el hombre, se estrechan las manos. El empresario se nota preocupado pese a mostrarse calmo.
Zebul
Hoy termina nuestro contrato
Empresario
Lo sé. ¿No hay forma alguna de...?
Zebul
(Interrumpiéndolo) No, lo lamento.
Empresario
Comprendo
Zebul
Ha sido un placer. Adios.
Empresario
Adios.
Zebul, regresando hacia el automóvil, pregunta a Juan Carlos: ¿Tomó nota? Juan Carlos lo observa, asiente extrañado. A Tártaro...¿no tiene un poco de hambre?, vayamos a comer, desliza.
(continuará)
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